lunes, 15 de marzo de 2010

Te enterás que tu amiga te cagó. Que estuvo con un chico que te gustó. Que te gustó mucho y por mucho tiempo. Tu primer chico, tu primer beso, tus primeras mariposas en la panza, tus primeras ilusiones, tus primeras cartas de amor, tu primera decepción. Tus primeras lágrimas de amor.

Y te querés matar. La querés matar a ella. Querés ir a llorar a los brazos de él, porque aunque pasó mucho tiempo lo seguís queriendo. Te siguen pasando cosas con él. Sigue siendo el único que te movió el piso y cada vez que lo ves con otra se te estruja el corazón. Aunque tuviste otras historias en el medio, ninguna como la que tuviste con él.

Y a pesar de todo el dolor que sentís, a pesar de toda la rabia, querés saber qué pasó, cómo pasó, cuándo pasó y dónde pasó. Querés saber todo. Y con lujo de detalles. ¿Pero para qué? ¿Para sentir más dolor, más rabia? ¿De qué te sirve?

domingo, 17 de enero de 2010

Hace un año exactamente estaba caminando junto a tres amigas las calles de un country en Escobar. Nos encontrabamos allí para celebrar el cumpleaños número diesciseis de una de ellas, de mi mejor amiga de toda la vida.

Hoy, un año después de esa noche, de ese fin de semana tan lleno de risas, me enuentro yo escribiendo en esta computadora y mi amiga celebrando su cumpleaños en Cancún. Esa distancia no me dolería en este día de no ser porque no sólo es una cuestión de kilómetros. Nosotras estamos distanciadas, de hecho podría decirse que ya no somos amigas. Y hoy más que nunca me duele. Y me duele muchísimo. Porque con ella perdí parte de mí, con ella se fue lo poco que quedaba de la Sofía alegre.

domingo, 10 de enero de 2010

No puedo pasarla bien en los contextos en que mis amigas la pasan bien. Eso me aleja y aísla.

Mis amigas van a bailar. Disfrutan de ir a bailar. Y a mí los boliches no me gustan. Me molesta la gente transpirada que roza inexorablemente tu espalda que pretende permanecer seca o al menos limpia. Compartir con absolutos desconocidos un lugar cerrado con la música a todo lo que da y el olor a porro que no da tregua, me molesta. El humo que tiran para crear algún tipo de efecto y las luces prendiéndose y apagándose continuamente me marean, la música me aturde y la clautrofobia me ataca: me mareo, me baja la presión, me falta el aire. Me desmayo.

La paso como el culo. Y mis amigas van a los boliches, sin mí. Y vuelven del boliche con un millón de anécdotas que no conozco, que no comparto, que no entiendo. Me quedo muda frente a miles de chistes internos que nunca se gastan en explicarme. Ni siquiera intentan conservarme dentro del grupo a pesar de no compartir sus gustos. Evidentemente no les importo.

Y este fin de semana, cansada de la soledad de mi casa, de la monótona rutina televisiva y de libros en la que me sumergí desde que comenzó el año; decidí ir a bailar con ellas. Con el grupo de siempre. Con las personas con las que me divierto. ¿Pero qué pasó? Invitaron a personas con las que no me llevo o me llevo mal. Y ahí el plan se fue al diablo. Si voy a hacer el sacrificio de ir a bailar, lo hago por mis amigas, no por gente cualquiera a la que ni siquiera puedo ver.

Y yo las culpo a ellas por no poder YO pasarla bien en un boliche, o por no poder dejar de lado ciertas asperezas por tan sólo una noche. Esa es mi responsabilidad, no la suya. Pero aún así me enoja. Me enoja sentir que no les importo. Que para ellas si yo estoy bien o mal, da lo mismo.

Y me quedé sola en casa, una vez más. Y hoy me siento sola, para variar nomás.