Anoche, dos de la mañana aprox.
Pienso en los besos que nunca nos dimos, en los te quiero que nunca supe verbalizar, en los mensajes de texto que esperé y nunca recibí, en las cartas tiernas que reemplacé por otras repletas de agravios e insultos, y en tus miradas de odio y cansancio imagino una de amor y perdición.
Hoy, dieciocho horas más tarde, aprox.
Pasaron tres años, y lo que siento por vos -que no tengo muy en claro qué es- superó todos los obstaculos que se le atravesaron y prevaleció ante otros espejismos de amor y caprichos de pendeja.
Si yo te trato mal, si te tiro palos, se debe a que no tolero que lo que me gusta de vos es lo mismo que me llena de rabia: me encanta que seas chamuyero y despreocupado, porque eso es lo que te da la valentía para encarar sin miedo a que te corten el rostro y a mí me encanta que me encaren. No obstante, es eso mismo lo que te hace inmune a los sentimientos fuertes y te ayuda a eludir las conversaciones que te sitúan en un lugar incómodo. Y para mí, el diálogo, cuando hay sentimientos de por medio, es indispensable.
Detrás de todo chamuyero, se esconde una persona sensible, a quien lo aterroriza el dolor.