sábado, 30 de agosto de 2008

Esta tarde


Hoy es una tarde de esas en las que me hubiera gustado ir a pasear a un Puerto Madero desierto, callado y tranquilo, en donde los recuerdos atacan mi memoria y alteran el pulso de mi aburrido corazón.

Es una de esas tardes que tranquilamente podría disfrutar en el country de mi mejor amiga, andando en bicicleta, sintiendo el viento despeinarme con una exquisitez inimitable, viendo caer las hojas de los viejos árboles, observando en cámara lenta las idas y venidas de la gente de la alta sociedad, sintiendo el fresco aroma del pasto, entrecerrando los ojos para despertar mis otro cuatro sentidos adormecidos por la rutina diaria alejada de los placeres de la naturaleza aplazada por la modernidad destructiva y la joven tecnología.

Es una de esas tardes en las que Haedo se presenta sereno, amigable que invita a transitarlo inmerso en pensamientos absurdos y recuerdos ultrajados por el tiempo. Atestiguando con placer las calles barriales llenas de anécdotas vecinales cada vez menos habituales, producto del miedo y la famosa sensación de inseguridad.

Hoy es una de esas tardes que anteceden a una placida noche que invita a la juventud a perderse entre sus calles, a descubrir sus misterios y a desmitificar sus mitos poco fundados y casi tan antiguos como la tranquilidad bien entendida.

Hoy es una de esas tardes en que la música, desde el pasado, colma mis oídos y trae al presente antiguas vivencias que suelo creer perdidas en los recovecos caprichosos de mi mente inquieta.

El sol cae, la luna aparece y mis recuerdos vuelven a sepultarse en la memoria olvidada por los apremiantes sucesos actuales, a la espera de otra tarde como esta, desperdiciada por las obligaciones de hija y los planes posteriores.

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