
A lo largo de mi vida, fui plantando semillas que con el paso del tiempo y la dedicación que les brindé, se transformaron en preciosas flores que me dan afecto, contención, brazos y hombros que dan abrazos y me dejan depositar mis lágrimas.
La gente les dice amigos, pero para mí son mucho más que eso, son mi sostén, mi compañía, mi oxígeno, mis ganas de vivir, mi risa, mi alegría, y quienes acallan mi llanto. Los necesito para vivir, para que mi vida no sólo sea un acto de presencia ridículo, ellos hacen que todo valga la pena y llenan los espacios vacíos que dejaron algunos de mis familiares (ya tendrán su capítulo ellos).
No todas las semillas dieron flores, otras quedaron en el camino. Algunos siguen presentes, otros se quisieron ir, pero todos dejaron una importante marca en mi vida, me dejaron grandes enseñanzas, desde su amor o desde su indiferencia. Les agradezco a cada uno de ellos, y espero haberles dejado algo yo también.
En el último tiempo, me di cuenta que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de la mano y que no está mal que sean pocos, si es que uno se los ganó dignamente, sin pisar a nadie.
Me pasé los últimos meses preguntándome qué hice para que no me quieran, para que me ignoren, y llegué a la conclusión de que lo único que hice es ser diferente a ellos, quizá ser su contracara: ser una persona que se preocupa por los demás desinteresadamente, que se preocupa de corazón y con la simple intención de ayudar porque sé lo que es necesitar ayuda y no saber pedirla o no ser escuchado. Y reconozco, fui intolerante.
Es que estoy cansada de ciertas figuritas, de la falsedad y otras características mencionadas en la entrada anterior; les pido a ellos que no me sean tan demandantes, implícitamente me piden que sea tolerante, más simpática, pero no puedo ser tolerante y simpática con quienes me destrozan continuamente a mis espaldas, con quienes no son capaces de valorar mis buenas intenciones y mis virtudes viendo sólo mis defectos y malos actos.
Yo creo que hay que aceptar a la gente como es, y quererlos como tal. Por eso les agradezco hasta el hartazgo a mis VERDADEROS amigos, los que me acompañaron en la infancia y crianza, a los que me escuchan y contienen día tras día y a aquellos con los que me rio y disfruto a diario, no sólo una vez a la semana cuando los dejan solos los demás. G, MG, MA, A, ALE, S, N, M, TM, TC, E, gracias, los amo.
A los que abandonaron mi jardín en busca de otros más lindos o más tentadores, adiós, gracias por lo brindado, sus recuerdos seguirán intactos en mí, más allá de que sus últimos actos hallan empañado mi visión de ustedes, de su persona.